Ese hermoso árbol que abriga bajo sus ramas la imponente escultura de Hatuey, no es un árbol más, puesto que se trata de ese guardián insomne que a lo largo de la historia del pueblo de Yara, señaló el sitio sagrado donde tuviera lugar el sacrificio del gran cacique, constituyendo así, el primer monumento erigido al insigne rebelde.
Cuando hablamos de “El Tamarindo de Yara”, nos estamos refiriendo al actual y a los que le antecedieron, sembrados y cuidados con devoción por las diferentes generaciones de yareros, que al depositar en él la solemne tarea de custodiar el glorioso escenario del último combate librado por quién fuera el primer rebelde cubano y quizás, el primer internacionalista de América, sin saberlo, lo estaban proclamando símbolo de Yara. Es por ello que decir “El Tamarindo de Hatuey” o “El Tamarindo de Yara”, como lo identifican los yareros, es como decir “El Árbol de Yara”. Ante el Tamarindo de Yara vinieron también Carlos Manuel de Céspedes y Bartolomé Masó, al frente del naciente Ejército Libertador, a librar allí, “donde Hatuey tuvo su último combate, el primero por la independencia de Cuba”. Justo fue el reconocimiento que de por vida la iglesia católica y la gente de nuestro querido pueblo le hicieron al Tamarindo de Yara, cuando en la celebración de la Fiesta de San José, el santo patrono, cargado en hombros por los yareros, salía de la iglesia y bordeando su vigoroso tronco iniciaba la tradicional procesión, de manera que al regresar y dejar concluida la conmovedora peregrinación, ese centenario guardián quedara dentro del lazo que describía el desfile. Se define como “El Árbol de Yara”.
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